Hoy fue un día maravilloso! Fui a visitar a mi familia en uno de los dos hermosos valles que tiene nuestro nuestra ciudad de Quito.
El día estaba especial, el sol brillaba a través de unas nubes blancas y dejaba pasar los rayos como si hubieran sido pintados, en ese momento, por Dios.
En la tarde asistí a una Eucaristía en una capilla muy pequeña, pero que se notaba que estaba hecha con gusto y amor. Antes de empezar la Eucaristía le pedí al sacerdote que me confiese, lo hizo y que gran felicidad sentí en mi alma!
La confesión es un gran misterio. Es hermoso saber que Dios en su inmensa misericordia dio un ministerio a sus apóstoles, ahora los sacerdotes, para liberarnos de la esclavitud del pecado. Si, es una esclavitud y debemos liberarnos, pero sólo lo podemos hacer con el perdón de Dios. Que se requiere para esta liberación del mal en nuestras almas? Simplemente que lo quieras hacer! En el momento que sabes que estas en un pecado mortal, es conveniente que pidas perdón a Dios por la ofensa que le has hecho a El y por el mal que has hecho a tu alma. Se necesita para este simple y maravilloso acto de sanación y liberación una virtud que lamentablemente ya no es tan común, la humildad. Sólo si eres humilde puedes ver con claridad donde y como te has equivocado y encuentras con mucha facilidad en el amor y perdón de Dios el camino para rectificar y enderezar tu vida.
Ten la certeza que cuando le pides perdón a Dios con humildad, el te perdona a través del sacerdote. Por que a través del sacerdote y no directamente. Porque así lo quiso Dios. Y seguramente lo quiso así, para que tengas que humildemente ir donde otro hombre, El sacerdote, a contarle tus equivocaciones y esto en si es un acto muy humilde. Dios que todo lo sabe, podía habernos dicho en la escritura que veamos al cielo y pidamos perdón y que nuestros pecados serian perdonados, pero no lo hizo así. El quería que sus sacerdotes nos acojan y que nos digan: Por el poder encomendado a mí, Por Dios, yo te perdono de todos tus pecados. Palabras sencillas, sanadoras y liberadoras para el alma!
No existe mayor felicidad que estar en gracias con Dios. Este estado de gracia permite que, cuando comulgues la Eucaristía, Dios este en ti y tu en El y que encuentres la paz y la felicidad que deseas y que sólo Dios nos la puede dar.
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